Un centenar de creaciones del modisto Hubert de Givenchy, dispuestas a ser admiradas en el Museo Thyssen-Bornemisza.
Unas grandes letras doradas e iluminadas, colocadas en una pared curva de color blanco, caminan junto a ti. Acompañándote hasta el comienzo de esta aventura. Dentro, la oscuridad de la moqueta contrasta con los espejos, en los que se refleja toda una vida resumida en texturas, estilos, diseños y alta costura.
"Un buen modisto debe ser arquitecto para los patrones, escultor para las formas, pintor para los dibujos, músico para la armonía y filósofo para la medida". Palabras de Cristóbal Balenciaga que calaron muy hondo en el joven Hubert de Givenchy, quien admiró al modisto español, y aprendió de él a trabajar las líneas y los volúmenes. En 1952, crea su firma y se instala en el número 8 de la calle de Alfred de Vigny, en París.
Su blusa Bettina, es la primera en recibir las miradas de los visitantes, y dar paso a las siguientes creaciones que juegan con las texturas, los volúmenes, y la filosofía de cada temporada. Los estilizados maniquíes, lucen todo tipo de accesorios: desde cinturones, guantes, tocados, pendientes, collares, etc; que narran las diferentes etapas por las que pasó el modisto, dejándose llevar por sus influencias y por sus musas.
Fue el primer diseñador en presentar una línea prêt-à-porter de lujo en 1954, también vistió a las mujeres más icónicas de la época, como Jackie Kennedy. Mantuvo una estrecha amistad con Audrey Hepburn, diseñando su vestuario en las películas: el famoso vestido, con el que la actriz, contemplaba el escaparate de Tiffany.
El arte también tuvo cabida en su obra, al igual que lo tenía en su vida personal. Gran coleccionista de arte, plasmó en sus creaciones esa inspiración, influencia de lo contemporáneo, en trajes que se acercaban a las obras de Theo Van Doesburg, Robert Delaunay, Matisse...
Reinventó el color negro, trabajándolo con diferentes formas y tejidos, con vestidos de noche. Y popularizó su little black dress.
No dejó de lado la moda nupcial. Sus vestidos, cada cual más original y llamativo, hacían de la novia el centro de las miradas. Usaba distintos materiales, y también tonalidades, incluso incorporaba las flores del ramo dentro del cuerpo del vestido.
"En 1995 decidí que había llegado la hora de retirarme. Además, los tiempos habían cambiado. Fue una decisión que me produciría una gran nostalgia, pero sé que fue acertada. Mis sueños infantiles se habían cumplido", así termina su muestra en el Museo Thyssen-Bornemisza, la primera incursión del museo en la alta costura.
Rocío G.S.